¿Cómo se vive el duelo?

Entiende el duelo desde una perspectiva personal y terapéutica. Sus etapas y emociones que acompañan al proceso del duelo.
Duelo por muerte como afrontarlo

Piensa en la fábula: “El dolor es como un tigre, de pronto te das cuenta de que estás frente a él. Sería inútil correr porque de todos modos te alcanzará. Mejor abraza al tigre y deja que te coma”.

Este texto no habla sobre cómo “superar” la muerte de alguien, tampoco incluye los cinco pasos para que el duelo termine más rápido. Todas las palabras aquí vertidas, parten de mi experiencia como adulta que a sus 35 años perdió a su padre de una manera sorpresiva en una noche lluviosa de verano. También, surgen de mi acompañamiento terapéutico a quienes han enfrentado diversas pérdidas dolorosas. Sí, aquí hablaré del dolor, vulnerabilidad, la vida, la muerte y el amor.

¿Qué es el duelo?

Empecemos por entender un poco sobre este proceso del que nadie escapará. Según Alba Payàs, el duelo se define como “La respuesta natural a la pérdida de cualquier persona, cosa o valor con la que se ha construido un vínculo afectivo, y como tal, se trata de un proceso natural y humano y no de una enfermedad que haya que evitar o de la que haya que curarse”. Entonces, el duelo al ser una experiencia natural, estamos destinadas, lo queramos o no a vivirlo.

Payàs sugiere que el duelo tiene cuatro etapas diferentes por las que la gente suele pasar. Estas etapas suelen seguir un orden, pero no siempre es estricto. Puedes estar en una etapa y empezar a entrar en otra al mismo tiempo; no es algo fijo.

Cada persona vive el duelo de una forma diferente, así que algunas personas podrían sentir las etapas de manera más intensa que otras. Lo que es clave aquí es ser consciente de que estas etapas existen y tratar de enfrentar cada una de ellas para poder superar la pérdida.

¿Cómo se puede experimentar el duelo?

Aunque tenemos la certeza de que en algún momento de la vida pasaremos por una experiencia de separación, enfermedad o muerte, no empleamos tiempo en prepararnos. Y cuando se nos echa encima, nos faltan herramientas y ánimos para gestionar el dolor y las emociones que nos despierta.

Y aquí es donde empezaré a hablar sobre la vulnerabilidad. Esa palabra que quizá nos conecta con miedos, con ideas de debilidad y desprotección; pero que en realidad es pieza fundamental para atravesar el camino del duelo. Permitirnos vivirla será crucial, porque la pérdida no se afronta desde la fortaleza, el dolor será necesario para darnos cuenta de la herida que se ha creado y nos permitirá reconocerla y atenderla.

El sufrimiento es inevitable en la vida, de alguna u otra manera y medida estará presente a lo largo de esta, y a pesar de ello, no se nos enseña a hacerle frente.

Cuando sé es adulta, nos enfrentamos a una serie de responsabilidades y obligaciones: pagar renta, cumplir con el trabajo, atender a alguien más, intentar cuidar nuestra salud, hacer declaraciones de impuestos, etc., le dedicamos tiempo -a veces dejando a un lado  disfrute y el placer- , buscamos apoyo e información para realizar al pie de la letra cada una de esas responsabilidades de las que no nos podemos escapar; pero, ¿Nos podemos escapar de la muerte y el duelo? Sabemos que no. Entonces, ¿Cuántas horas de nuestra vida hemos dedicado a aprender a vivir y entender el dolor?

¿Cómo hemos aprendido a comprender qué es una emoción, qué función desempeña, cuándo es buena o cuándo no lo es, cómo manejarla?, ¿Qué cosas nos ayudan y cuáles no cuando vivimos una pérdida?, ¿Cómo aliviar el sufrimiento y la añoranza?

Podemos ser ignorantes ante ello, porque pareciera que hablar del dolor y las emociones que generan malestar, no es algo socialmente aceptable, aun y en una cultura -la mexicana- que cada noviembre se burla, le coquetea y celebra a la muerte.

El dolor se puede manifestar de muchas formas, cada una de ellas son reacciones esperadas del duelo. Te comparto algunas:

Respuestas físicas:

  • Agotamiento
  • Insomnio
  • Dificultad de respirar
  • Boca seca
  • Dolor en la mandíbula
  • Perdida o aumento del apetito
  • Dolores abdominales.
  • Dolores de cabeza.
  • Dolores en las articulaciones.

Respuestas emocionales:

  • Melancolía
  • Furia e irritación
  • Desánimo
  • Temor
  • Anhelo de revancha
  • Remordimiento
  • Agitación
  • Inquietud
  • Aislamiento
  • Tensión

Respuestas mentales:

  • Confusión
  • Descreimiento
  • Incapacidad para concentrarse
  • Pérdida de capacidad intelectual
  • Quedarse en blanco
  • Creencias sobre el sufrimiento
  • No puedo soltarme
  • Me estoy volviendo loco
  • He de tirar adelante como sea
  • Pensamientos obsesivos:

Y si…

Si hubiera…

No me lo puedo creer

Respuestas conductuales:

  • Apatía
  • Desgana
  • Hiperactividad
  • Trabajar mucho, mantenerse ocupado
  • Incapacidad de estar solo
  • Aislamiento
  • Olvidarse de las cosas
  • Buscar a la persona
  • Soñar con ella /él
  • Sentir su presencia
  • Visitar lugares de recuerdo o evitarlos
  • Atesorar objetos de recuerdo

La crisis que precede el duelo nos orilla a pensar en el sin sentido de la vida, pero el hecho de sentir tiene todo el sentido, incluso cuando no se encuentran las palabras para describirlo. Recordemos que, la sintomatología es normal, natural y humana, y como dice Payàs (2014):

“Tener el corazón roto no es un diagnóstico médico, ¡ni una patología!” (p.11).

Payàs (2014)
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Mi experiencia personal con el duelo

Tomé la decisión de hablar sobre el dolor que me ha acompañado en los últimos dos años, tras dos pérdidas significativas en mi vida, porque como terapeutas, también es importante reconocernos como seres que atravesamos el sufrimiento y las encrucijadas y dilemas a los que nos enfrenta la vida o la muerte.

Durante estos meses me he enfrentado a mí misma, he cuestionado y reflexionado sobre mis relaciones afectivas, he mirado de frente a miedos e inseguridades que no sabía que podían perseguirme por las noches. Conocí el miedo a acostarme y despertarme, para luego tener que enfrentar cada día, sintiendo punzadas de dolor en lo cotidiano, porque ahí es donde pesan más las ausencias. He aprendido que la pena también tiene que ver con el lenguaje y he conocido su incapacidad y la necesidad de este. La verdad es que, no sabemos cómo viviremos el dolor hasta que este tigre nos alcanza.

Me han atrapado las inseguridades, porque resulta que el ser adulta, independiente y feminista no te libra de ellas. He bailado involuntariamente con la incertidumbre, y la certeza constante de que alguien más morirá y vendrán más pérdidas; porque la muerte nos puede alcanzar a cualquiera, cualquier día y a cualquier hora.

La pena cuenta, entre muchos de sus componentes, con la capacidad de sembrar la duda. Me he preguntado: ¿Cómo es que el mundo sigue adelante mientras yo estoy paralizada esquivando mis propios pensamientos?, ¿Hasta qué punto las risas forman parte de la pena?, ¿Se vale sentir alegría esporádicamente?

Las palabras de consuelo se volvieron repetitivas, automáticas y predecibles; me llegué a preguntar ¿Tú qué puedes saber si está mejor o no?, él podría estar mejor en su casa, ¿Quién eres tú para saber por qué está mejor? Si no lo sé yo que soy su hija. Dice Chimamanda Ngozi Adichie (2022), en su ensayo Sobre el Duelo: “Qué fácil pontificar sobre la permanencia de la muerte cuando, de hecho, es la permanencia de la misma muerte la fuente de la angustia.” (p. 39).

La muerte repentina de mi padre me arrancó de golpe el mundo que conocía desde que era niña, lo propio se volvió ajeno. Vivir en la ambivalencia, me permitió darme cuenta de lo rápido que cambió mi vida y de lo despiadado que puede ser este cambio y la lentitud con la que me he adaptado. El duelo parecía mi hogar.

Pero también, la pena me obligó a mudar de piel; a plantearme mi propia existencia, cómo deseo vivirla, qué tanto la estoy disfrutando, cómo quiero vincularme.

La muerte me regresó a la vida.

¿Cómo afrontarlo?

En un mundo que nos exige que produzcamos, consumamos y seamos felices, ¿Cómo logramos traducir lo que sentimos? Porque en la adultez no se trata de que nos protejan del dolor, sino que nos acompañen en él. Ahí recae la importancia de los vínculos que tenemos, ¿Cómo y desde dónde los sostenemos y nos sostienen? ¿Cuándo aprendimos a poner una barrera de silencio al dolor? ¿De dónde surge ese deseo de huir de él? ¿Quién nos dijo que así debemos reaccionar ante él?

“El problema en la expresión de la pena ante nuestra necesidad de consuelo radica en el uso de alguna de estas respuestas: negar, minimizar, reemplazar, ridiculizar o racionalizar”

Alba Payàs (2014) (p.30).

Ocultar el sufrimiento y el dolor no nos hace valientes, al contrario, lo somos cuando tenemos el valor de compartirlo.

Nadie puede escapar de esta experiencia vital cuando se rompe un vínculo, si no queremos vivirlo, tendríamos que evitar establecer relaciones afectivas, ¿Pero queremos hacerlo? ¿Podemos hacerlo?

Erich Fromm decía que “Si quieres evitar el dolor del duelo, el precio que tendrás que pagar es el de estar totalmente desvinculado de los demás y, por lo tanto, excluido de toda posibilidad de experimentar la felicidad”.

A pesar de ello, ese pensamiento no alivia el dolor, porque los sentimientos de añoranza, tristeza, desesperanza, culpa, o los que sean, seguirán igual por un tiempo. El agradecimiento por haber compartido nuestra vida con esa persona, no eliminará automática y mágicamente el sufrimiento, al contrario, parece avivarlo; tanto que nuestros propios recuerdos se vuelven nuestros verdugos.

Definitivamente nadie puede decirte cómo vivir este proceso, pero sí es importante entender que el dolor nos orienta y señala hacia dónde debemos mirar para sanar. Porque, por el contrario, si lo cancelamos, lo anestesiamos o lo suprimimos, las heridas continuarán desatendidas. Suprimir el dolor, sin escucharlo y entenderlo, podría conducirnos a hacerlo crónico.

El camino del duelo no tiene respuestas; las respuestas son el camino (Payàs, 2014, p.10); y en este camino he aprendido que mientras yo esté viva seré testiga de que mi padre existió, porque paradójicamente, sólo el amor nos salvará de la muerte. Mientras lo amo, él no morirá. Porque es cierto, quienes sentimos una autentica pena, hemos tenido la fortuna de amar.

Esto me recuerda las palabras de Chimamanda Ngozi Adichie, sobre la muerte de su padre: “La necesidad de proclamar no sólo la pérdida, sino también el amor, la continuidad. <<Soy la hija de mi padre>>. Es un acto de resistencia y rechazo: la pena te dice que se ha acabado y tu corazón la contradice; la pena intenta reducir tu amor al pasado y el corazón te dice que todavía está presente”. (p. 101)

Así que abracemos al tigre, dejemos que nos coma y hagamos lo posible para seguir con nuestras vidas dadas las circunstancias; porque la pena y su tiranía nos hace olvidarnos de las cosas que importan, y aunque cada segundo nos parezca una eternidad, todo pasará.

“Fue tan largo el duelo que al final, casi lo confundo con mi hogar”

Cuarteles de invierno, de Vetusta Morla.

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