El linchamiento mediático a mujeres en casos de infidelidad: ¿dónde queda el hombre?

¿Por qué el linchamiento mediático en casos de infidelidad cae solo en las mujeres? Analizamos la doble moral que aún protege a los hombres infieles.
Florinda Meza y Angela Aguilar infidelidad

Ya basta de andar con rodeos. Vamos a hablar de frente: ¿por qué demonios el odio social siempre cae sobre las mujeres cuando son los hombres quienes rompen su compromiso? ¿Por qué cuando un hombre engaña, quien se lleva el linchamiento público, los insultos, las burlas y los trending topics es la mujer con la que se involucró? Ángela Aguilar, Florinda Meza, Karla Panini… Los nombres cambian, los años pasan, pero la historia es la misma. Ella es la “rompe hogares”, la “robamaridos”, la “oportunista” que destruyó una familia. Él es el pobre tentado que “cayó” porque no supo cómo evitarlo.

Y ojo, porque esto no es una defensa ciega. Aquí nadie está diciendo que lo que se hace está bien. No estamos justificando ni romantizando las traiciones, las mentiras o los engaños. Cada quien tiene que hacerse cargo de sus actos. El problema es otro: el problema es que el juicio social no es parejo. Que el odio, el desprecio, el linchamiento se ensañan con la mujer. Que ella se convierte en la enemiga pública mientras él, el que tenía el compromiso, el que rompió un acuerdo con su pareja, el que fue infiel, sale casi ileso o hasta termina reforzando su fama de “galán”.

Y lo más indignante es que este patrón no solo pasa con las famosas. Pasa con cualquiera. En tu oficina, en tu colonia, en el grupo de WhatsApp de la familia. Siempre es la mujer la que carga con la cruz. Siempre es la mujer la que queda marcada como “la mala” mientras a él lo perdonan o lo excusan. Entonces, ¿qué hay detrás de todo esto? ¿Por qué nos cuesta tanto como sociedad apuntar a los verdaderos responsables? ¿Por qué seguimos repitiendo el mismo guion? Hoy vamos a desmenuzarlo todo.


¿Por qué solo las mujeres son las “rompe hogares”? El machismo detrás del odio masivo

La historia es tan vieja como el mundo: cuando un hombre engaña, la mirada social no se posa sobre él, sino sobre la mujer con la que estuvo. La etiqueta de “rompe hogares” cae como un peso muerto sobre sus hombros. Lo vimos con Ángela Aguilar. En cuanto se supo que estaba con Christian Nodal, a quien apenas se le había enfriado la relación con Cazzu, el internet explotó. Memes, insultos, burlas, hasta amenazas. ¿Y Nodal? Sí, hubo quien lo criticó… pero el nivel de odio ni se acercó al que recibió Ángela. Ella fue la culpable, la destructora, la que “se metió donde no debía”.

Lo mismo le pasó a Florinda Meza. Décadas después de que empezara su relación con Chespirito, todavía hay quien la recuerda como la mujer que destruyó una familia. Nadie parece interesado en hablar del hombre casado, el que traicionó, el que rompió sus votos, el que mintió. Porque claro, eso incomodaría. Eso implicaría reconocer que el verdadero compromiso lo tenía él. Y que él fue el que decidió romperlo.

Y esto no pasa por casualidad. Esto pasa porque vivimos en una cultura profundamente machista. Una cultura que, generación tras generación, nos ha enseñado que las mujeres son las encargadas de cuidar la moral, la familia, el orden. Que las mujeres tienen la obligación de ser decentes, correctas, prudentes. Si una mujer “falla”, el castigo es brutal. Si un hombre falla, bueno… “es hombre”. Así de simple y así de injusto.

Mujeres rompehogares por qué las culpas de una infidelidad

Este sistema nos educa desde niñas para que carguemos con culpas que ni siquiera nos corresponden. Para que creamos que es nuestra responsabilidad mantener la pureza, la fidelidad, la estabilidad. Por eso el odio se concentra en nosotras. Porque la sociedad nos puso esa carga desde el principio.


El guion de siempre: ellas son las malas, ellos los pobrecitos tentados

La historia se repite tanto que parece guion de telenovela. Ella es la bruja, la roba maridos, la que destruyó el hogar ajeno. Él es el pobre hombre que cayó en la tentación, que no supo qué hacer, que fue arrastrado al error. Así lo cuentan en redes, en los medios, en la sobremesa de la familia. Y ojo: claro que ambos hicieron mal. Eso no está en debate. Lo que sí está en debate es por qué el odio y el juicio siempre van dirigidos a ella.

Y no falla: cuando alguien por fin se atreve a señalar esta injusticia, la respuesta es automática: “Nadie dice que él no hizo mal, los dos están mal”. Pero lo dicen solo cuando ya no tienen cómo defenderse. Porque mientras tanto, la campaña de odio sigue enfocada en ella. Las burlas, los memes, los trending topics, los comentarios violentos… todo es para ella. A él lo perdonan rápido. O hasta lo aplauden: “Qué hombre tan deseado, mira cómo lo buscan”.

Esto no es inofensivo. Esto deja marcas. A ellas les destruyen carreras, les arruinan vidas, las llenan de odio y de vergüenza pública. A ellos los premian o los olvidan rápido. El machismo no solo es que nos culpen más. Es que a ellos les celebran lo que a nosotras nos destruye. Y eso lo tenemos tan normalizado que ni lo cuestionamos.


México y el machismo que se disfraza de moralidad

Esto pasa porque vivimos en un país que se siente con el derecho de controlar la vida de las mujeres en nombre de “los valores”, de “la familia”, de “la moral”. Pero esa moral es profundamente hipócrita. Porque no pesa igual para todas las personas. A la mujer se le exige pureza, decencia, fidelidad. Al hombre se le perdona casi todo. Y lo peor es que esa doble moral se enseña desde niñas. Nos la meten en la cabeza con frases como “una mujer se da a respetar”, “una mujer decente no se mete con un casado”, “cuida tu reputación”.

Y eso nos marca. Porque cuando una mujer “falla”, el castigo no es solo que perdió el respeto de quien estaba a su lado. El castigo es público. Es viral. Es un odio que no se olvida. Y no, no son solo los hombres los que alimentan este sistema. También son miles de mujeres las que lo sostienen, las que repiten el discurso, las que comparten el meme, las que insultan a la otra para sentirse “las correctas”. Porque así nos educaron: a vigilar y a juzgar a otras para demostrar que “nosotras sí somos las buenas”.

Lo más grave es que esto pasa también entre quienes se dicen feministas, modernas, conscientes. Cuando se trata de estos temas, se les olvida todo. Se les cae el discurso de igualdad y sacan el odio más puro y más rancio. Porque el machismo, ese machismo profundo, sigue vivo en todas partes, aunque se disfrace.


Esto no solo les pasa a las famosas: nos pasa a todas

Esto no es exclusivo de Ángela Aguilar, de Florinda Meza o de Karla Panini. Esto lo vivimos todas, en todos los espacios. La mujer que empieza una relación sin saber que él estaba casado. La que se enamora y resulta que él mentía. La que la gente decide señalar como la culpable de todo lo que pasó. Y el discurso es el mismo: “Ella se metió”, “ella destruyó el hogar”, “ella es la rompe hogares”.

Y mientras tanto, el hombre que mintió, que traicionó, que rompió su compromiso, recibe disculpas. “Es que estaba confundido”, “es que la relación ya estaba mal”, “es que fue un desliz”. Siempre hay forma de justificarlo. Siempre hay forma de minimizar lo que él hizo.

Esto nos deja cicatrices. Porque nos enseña a tener miedo de equivocarnos, de enamorarnos, de confiar. Nos enseña que el castigo social será más duro con nosotras. Que el error se nos va a recordar para siempre. Mientras ellos siguen con sus vidas, con sus éxitos, con sus proyectos. Y así se perpetúa un sistema que nos carga a nosotras toda la culpa.


¿Por qué sigue pasando esto en pleno 2025?

Y aquí es donde más coraje da. Estamos en 2025. Estamos más informadas, más conectadas, más “conscientes”, y sin embargo… el odio sigue cayendo sobre nosotras. La doble moral sigue viva. El juicio sigue siendo selectivo. La frase de “los dos hicieron mal” se dice para calmar las aguas, pero en los hechos el linchamiento es para ella.

¿Por qué? Porque el machismo sigue ahí. Porque se adapta, se disfraza, pero no se va. Porque nos educaron en él y no basta con leer un hilo de Twitter o compartir un post feminista para deconstruirlo. Porque el sistema es cómodo así: culpando a las mujeres y perdonando a los hombres.

Y lo triste es que esto no lo perpetúan solo quienes ya esperamos que lo hagan. También lo alimentan las nuevas generaciones, la gente joven, la que se dice deconstruida. Porque cuando el tema incomoda, cuando toca mirar de frente la desigualdad, prefieren repetir el guion de siempre.

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La falsa igualdad: “los dos hicieron mal” como salida fácil

Qué fácil es decir “los dos hicieron mal” y quedarse tan tranquilos. Pero eso no cambia nada. Porque mientras el odio, los insultos, las amenazas y el escarnio se lo lleve ella, el discurso no sirve de nada. No hay igualdad real si el juicio sigue siendo tan desigual.

La frase se convierte en un pretexto para no mirar el fondo del problema. Para no incomodarnos. Para no tener que señalar los privilegios masculinos. Porque si de verdad creyéramos que ambos hicieron mal, el juicio sería el mismo. Pero no lo es. No lo ha sido nunca.

La igualdad no se predica: se demuestra. Y se demuestra cuando el juicio es parejo, cuando el castigo social es el mismo, cuando el linchamiento no se dirige siempre a la misma parte. Y hoy, eso sigue siendo un pendiente.


¿Hasta cuándo vamos a normalizar esta doble moral?

La gran pregunta es esa: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a repetir la historia de la mujer bruja, la rompe hogares, la culpable de todo? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que los hombres infieles sigan siendo perdonados, celebrados, olvidados? ¿Hasta cuándo vamos a consumir el linchamiento como si fuera entretenimiento?

Esto no es solo un tema de chismes de farándula. Esto es un reflejo de lo desigual que sigue siendo nuestra sociedad. Esto habla de cómo valoramos, cómo castigamos, cómo perdonamos. Y habla de lo mucho que nos queda por cambiar.

Así que, la próxima vez que veas un escándalo, antes de compartir el meme, antes de insultar, antes de sumarte al odio, piensa: ¿por qué solo a ella? ¿Por qué no a él también? ¿Por qué jugamos un juego tan desigual?


Conclusión: el linchamiento es selectivo, el machismo sigue vivo

Esto no es un llamado a justificar lo que está mal. Es un llamado a exigir coherencia. A dejar de ser parte de un sistema que lincha a unas y perdona a otros. A empezar a mirar de frente la desigualdad que todavía nos atraviesa. Porque mientras el odio sea selectivo, mientras el juicio no sea parejo, la igualdad será solo discurso.

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