Se acerca el 8M, el Día Internacional de la Mujer, y con ello las marchas, las manifestaciones, los cantos de rabia y esperanza, y sí, también los muros pintados, los vidrios rotos y los monumentos intervenidos. La iconoclasia vuelve a estar en el centro del debate público y, como cada año, aparecen las voces que se escandalizan, que preguntan “¿por qué destrozan?”, “¿qué ganan con eso?”, “¿por qué no protestan pacíficamente?”.
Estas preguntas no son nuevas, ni originales, ni siquiera bienintencionadas la mayor parte del tiempo. Son parte del mismo discurso que busca desviar la conversación de lo importante: el hartazgo de las mujeres ante la violencia, la impunidad y el olvido. Hablemos de iconoclasia, de qué es, por qué es necesaria y por qué la sociedad tiene que entender que la rabia es una respuesta lógica cuando el sistema solo nos ofrece violencia.
¿Qué es la iconoclasia y por qué ocurre?
La iconoclasia, en términos sencillos, es la destrucción o intervención de símbolos públicos con una carga política o religiosa. No es un capricho ni una “moda” de las feministas. Es una forma histórica de protesta cuando el poder no escucha y los símbolos de la autoridad se convierten en recordatorios de la injusticia.
Cuando una estatua es derribada, cuando una fachada es pintada, no es un ataque irracional: es una declaración de que esos espacios también son nuestros y que su significado tiene que cambiar. No olvidemos que los símbolos que hoy se defienden con indignación (como monumentos o edificios gubernamentales) representan a instituciones que han fallado a las víctimas. Si esas paredes hablaran, contarían cómo han sido testigos de cómo se nos ignora, se nos revictimiza y se nos asesina sin consecuencias.
¿Por qué las mujeres recurren a la iconoclasia en las protestas feministas?
Las marchas feministas no comienzan con fuego ni con rabia. Comienzan con denuncias, con pedidos de justicia, con nombres de mujeres asesinadas, con exigencias de derechos básicos. Y cuando esas peticiones se ignoran una y otra vez, cuando las cifras de feminicidios siguen subiendo y la impunidad se mantiene intacta, la rabia se convierte en acción.
La iconoclasia es el eco de todas las denuncias archivadas, de todas las madres que lloran a sus hijas, de todas las mujeres que no regresaron a casa. Romper un vidrio duele menos que una violación. Quemar una puerta es menos grave que asesinar a una mujer. No es violencia, es una respuesta a la violencia.
La reacción de la sociedad: ¿Por qué les molesta más la pintura que los feminicidios?
Cada 8M y cada protesta feminista vemos la misma indignación selectiva: las noticias se enfocan en los “destrozos” y no en las razones de la protesta. Se les pide a las mujeres que sean pacíficas, que sean “educadas”, que “pidan las cosas bien”, como si no lleváramos años haciéndolo.
El problema no es la pintura en los muros. El problema es que esos muros evidencian una realidad que incomoda. La sociedad prefiere ver calles limpias y estatuas intactas antes que ver la verdad: que el sistema sigue permitiendo la violencia contra las mujeres, que los feminicidas siguen libres, que la justicia sigue ciega para nosotras.
Cuando se indigna más por la intervención de un monumento que por la muerte de miles de mujeres al año, hay que preguntarse: ¿qué valoramos realmente como sociedad?
¿Por qué debemos entender y respaldar la iconoclasia?
La historia ha demostrado que la iconoclasia es una herramienta política efectiva. No es la primera vez que se usa, ni será la última. Las revoluciones han derribado estatuas de tiranos, los movimientos sociales han resignificado espacios, los pueblos han tomado sus calles para hacerlas suyas.
En el caso del feminismo, la iconoclasia es una respuesta a la falta de justicia. Es una forma de decir “aqui estuvimos, aquí estamos, y no nos iremos hasta que nos escuchen”. Y la historia también demuestra que los cambios sociales no llegan con peticiones amables, sino con acción.
La próxima vez que veas una pared pintada con los nombres de mujeres asesinadas, en lugar de preguntar “¿quién va a limpiar esto?”, pregúntate “¿qué estamos haciendo para que no haya más nombres que escribir?”. Porque los muros se limpian, pero ellas no vuelven.
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Conclusión: Romper para reconstruir
No pedimos permiso porque nunca nos lo dieron para vivir libres y seguras. La iconoclasia es un grito de desesperación, pero también de esperanza: esperanza de que cada vez más personas entiendan que el problema no es la pintura, sino la violencia que la provoca. Este 8M, que no nos distraigan con la indignación selectiva. Que nos duela lo que realmente importa.
Porque el 8M no es una fiesta. Es una lucha. Y no dejaremos de luchar hasta que no falte ninguna. 💜🔥
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