Tecnofeudalismo: el nuevo capitalismo de las generaciones modernas

Corona medieval formada por logos de Google, Amazon, Meta, Apple y Microsoft sobre una multitud con teléfonos, ilustración de tecnofeudalismo.
La imagen simboliza cómo el tecnofeudalismo digital convierte a las personas en súbditos de las grandes corporaciones tecnológicas.

Nos vendieron la idea de que la tecnología iba a liberarnos. Que el internet nos daría voz, que las plataformas nos conectarían con el mundo, que la digitalización nos acercaría a una vida más cómoda y justa. Lo que no nos dijeron es que, en ese mismo proceso, estábamos entregando lo más valioso: la propiedad, la autonomía y hasta el control de nuestra vida gracias al tecnofeudalismo.

Hoy la realidad es otra: ya no somos dueños de nada. Vivimos en un feudo digital donde los señores son Google, Amazon, Meta, Apple, Microsoft y unas cuantas corporaciones más. Y como en la Edad Media, ellos ponen las reglas, controlan los recursos y nos dejan el privilegio de “acceder” a algo a cambio de pagar renta eterna.

La pregunta incómoda es: ¿en qué momento dejamos de aspirar a ser propietarios y aceptamos ser simples suscriptores?

De consumidor a siervo: el negocio de las suscripciones

Acceso eterno, propiedad cero

El modelo de suscripción es la piedra angular del tecnofeudalismo. No compras música, la rentas en Spotify. No compras películas, las ves en Netflix hasta que decidan quitarlas. No compras software, pagas cada mes a Adobe, Microsoft o cualquier app.

Y lo más perverso: si un día no puedes pagar, no solo pierdes el acceso futuro, pierdes también tu “historia”. Tu biblioteca, tus playlists, tus documentos en la nube, tu trabajo creativo. Todo se evapora en un clic.

Un estudio de Deloitte (2022) reveló que la mitad de los jóvenes entre 18 y 35 años paga al menos 4 servicios de suscripción activa cada mes, y el 17% paga más de 10. Es decir, destinan una parte importante de sus ingresos no a construir patrimonio, sino a mantener llaves que no abren nada propio.

El capitalismo de la ilusión

Este sistema es perfecto para las corporaciones: nunca dejan de cobrar. Antes te vendían un producto una sola vez; ahora te tienen atado a una renta mensual interminable. Es una deuda disfrazada de comodidad.

La abundancia que parece darte es, en realidad, un vacío. Tienes “todo” mientras pagues, pero no tienes nada.

Público con cascos de realidad virtual en un teatro viendo pantallas de Netflix y Spotify, empresario controla marionetas con recibos, ilustración de tecnofeudalismo digital.
Escena que critica el tecnofeudalismo: las suscripciones como cadenas invisibles que manipulan a la sociedad.

Redes sociales: la granja de datos humanos

El feudo digital de la atención

En el feudalismo medieval, los campesinos trabajaban tierras ajenas. Hoy trabajamos tierras digitales: Facebook, Instagram, TikTok, X. Allí sembramos fotos, publicaciones, videos, bailes, reflexiones… y las cosechas (datos, publicidad, dinero) no se quedan con nosotros, se las quedan ellos.

La académica Shoshana Zuboff lo expone en La era del capitalismo de la vigilancia: “Las plataformas no solo registran lo que hacemos, buscan moldear lo que hacemos”.

Ya no somos usuarios, somos recursos. No clientes, sino ganado digital. Cada like, cada historia, cada búsqueda alimenta un algoritmo que nos convierte en predecibles, manipulables y explotables.

El negocio de la identidad

Lo más grave es que nuestra identidad se ha vuelto mercancía. Quién eres, qué piensas, qué deseas, con quién hablas, qué miras, qué consumes… todo es información que vale más que el petróleo. Y no es exageración: la revista The Economist declaró en 2017 que “los datos son el nuevo petróleo”.

En este feudo, ni siquiera controlas tu “yo digital”. Si mañana Meta decide bloquear tu cuenta, pierdes fotos, recuerdos, contactos, redes, reputación. Todo, borrado en un segundo, como si nunca hubieras existido.


El trabajo precarizado: servidumbre con aplicación

Los nuevos jornaleros digitales

Las apps de transporte y reparto se presentan como libertad: “Sé tu propio jefe”. Pero en realidad, son cadenas nuevas: trabajas para un algoritmo que decide cuánto vales, cuánto cobras y cuánto tardas.

La OIT (2021) reveló que la mayoría de los trabajadores de plataformas digitales gana menos del salario mínimo por hora después de descontar gastos. Sin prestaciones, sin seguridad social, sin jubilación. El tecnofeudalismo convierte la explotación en “flexibilidad”.

Repartidor en bicicleta seguido por la sombra de un algoritmo con cajas de Uber, Rappi y Didi, ilustración de tecnofeudalismo laboral.
Representación del tecnofeudalismo laboral: los repartidores bajo vigilancia algorítmica y sin derechos.

El control algorítmico

Ya no es un patrón gritándote, es un algoritmo vigilando cada movimiento. Calificaciones, métricas de desempeño, geolocalización, tiempos de entrega. Cada clic es supervisión. Cada segundo improductivo es penalización.

En este esquema, el trabajador no es un empleado: es un “recurso disponible”. Si falla, se le reemplaza en minutos.


La educación, la cultura y el amor en alquiler

Educación bajo candado digital

Incluso el conocimiento dejó de ser libre. Universidades, escuelas y cursos migraron a plataformas privadas. Libros en línea que nunca posees, clases grabadas que desaparecen, licencias caducadas que vuelven inaccesible tu aprendizaje.

Cultura como mercancía efímera

El cine, la música, los videojuegos: todo es temporal. En 2023, Warner Bros. retiró decenas de películas de HBO Max para “ahorrar costos de almacenamiento”, borrando no solo acceso sino también historia cultural.

Relaciones afectivas en formato premium

Las apps de citas también son tecnofeudalismo: te prometen amor, pero venden la ilusión de conexión. Si no pagas, no accedes a funciones básicas. Tus vínculos personales están literalmente bajo suscripción.


¿Progreso o servidumbre moderna?

El tecnofeudalismo no es un accidente, es un plan: un sistema donde los recursos no se distribuyen, se concentran. Donde la propiedad no se reparte, se cancela. Donde la libertad no se conquista, se alquila.

Como señala Evgeny Morozov, crítico del tecno-optimismo: “La tecnología no es neutral: siempre responde a intereses”. Y esos intereses nunca son los tuyos.


Hacia dónde nos lleva esto

  • Dependencia total: una crisis económica, una tarjeta vencida, un despido… y pierdes no solo lujos, sino tus herramientas de vida.
  • Control social: lo que ves, lo que escuchas, lo que piensas está mediado por plataformas privadas.
  • Pérdida de soberanía: países enteros dependen de servidores de Amazon Web Services o de Google Cloud. Un apagón tecnológico global sería un colapso civilizatorio.

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¿Qué hacer frente al tecnofeudalismo?

No se trata solo de apagar el Wi-Fi. Se trata de exigir y construir alternativas:

  • Software libre en lugar de licencias eternas.
  • Propiedad cooperativa de plataformas y servidores.
  • Regulación fuerte que limite el poder monopólico de las Big Tech.
  • Educación crítica digital para no tragarnos el discurso de “innovación” que esconde explotación.

Conclusión: ¿quién es el dueño de tu vida?

El tecnofeudalismo es la forma más sofisticada del capitalismo: ya no necesita cadenas, porque las cambiamos por suscripciones. Ya no necesita látigos, porque nos engancha con comodidad. Ya no necesita castillos amurallados, porque ahora habitamos los suyos: digitales, brillantes, llenos de algoritmos.

La pregunta es brutal pero necesaria: ¿vas a seguir pagando renta por existir en su mundo, o vas a empezar a recuperar lo que es tuyo?

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