En los últimos días… algo se está quebrando
No es paranoia, no es un caso aislado, no es una exageración. En las últimas semanas, han circulado en redes sociales diversos videos que muestran a personas extranjeras —principalmente estadounidenses o europeas— confrontando y humillando a mexicanos en su propio país. Desde turistas que corren a vendedores de playa, hasta influencers que se quejan del ruido típico de una ciudad viva como la CDMX.
Y claro, la respuesta ha sido brutal: miles de mexicanos exigiendo que se vayan, que no vuelvan, que no se metan con nuestra cultura ni con nuestra forma de vivir. Muchos aplauden el “nacionalismo” que despierta en los comentarios: “¡Este país se respeta!”, “¡A México no se le viene a imponer nada!”. Pero… ¿hasta dónde llega ese amor por lo propio antes de volverse odio al otro?
¿Qué está pasando con los extranjeros en México?
Los videos virales que desataron la conversación son claros: hay extranjeros que llegan con actitudes arrogantes, coloniales incluso, creyendo que pueden venir a “mejorar” o “corregir” lo que no entienden. Algunos se quejan del ruido en barrios tradicionales, otros quieren silenciar a los músicos callejeros, y otros más se sienten con derecho a decidir quién puede o no trabajar en un espacio público.
Y esto, claramente, toca fibras sensibles en México. Porque no es sólo un turista grosero: es un reflejo del desequilibrio de poder entre el norte y el sur global. Es el eco del pasado colonial. Es ver cómo la gentrificación, el turismo sin regulación y el racismo disfrazado llegan envueltos en dólares o euros.
¿Estamos frente a un nuevo tipo de nacionalismo?
La respuesta de muchas personas en redes ha sido una defensa apasionada del país: “¡Aquí no vienen a imponer sus reglas!”, “¡Si no les gusta el ruido, regresen a su país!”. Esta reacción ha sido nombrada como “una nueva ola de nacionalismo mexicano”, una especie de orgullo herido que se planta firme y exige respeto. Y tiene sentido: después de décadas de ser vistos como el “patio trasero” de Estados Unidos, hay un hartazgo que se desborda.
Pero cuidado. Porque este nacionalismo, aunque parte del deseo legítimo de proteger nuestra cultura y dignidad, también puede ser terreno fértil para la xenofobia.
Nacionalismo vs. xenofobia: una línea muy delgada
Una cosa es defender lo nuestro, y otra muy distinta es odiar al otro. Cuando el enojo se vuelve generalización —“todos los gringos son iguales”, “todos los extranjeros son invasores”— entramos en un terreno peligroso. El nacionalismo puede ser una herramienta de resistencia, sí, pero también puede volverse un arma para excluir, rechazar y violentar.
Lo mismo que criticamos de Trump cuando habla de “bad hombres” y “caravanas de invasores” es lo que, en versión espejo, podríamos estar replicando aquí.
¿Y por qué ahora?
Hay varios factores que alimentan este fenómeno:
- La crisis migratoria y las tensiones con Estados Unidos. Mientras en EU se endurecen las leyes contra migrantes mexicanos y latinos, aquí vemos turistas exigiendo comodidades sin conocer ni respetar el contexto.
- La gentrificación en la CDMX y otros destinos. Renta en dólares, servicios exclusivos para extranjeros, desplazamiento de comunidades. El turismo desregulado ha traído una invasión económica que deja fuera a los locales.
- La precariedad nacional. Cuando el mexicano promedio trabaja más de 40 horas a la semana por un sueldo miserable, y ve a un extranjero con poder adquisitivo 5 veces mayor que él, se detona el resentimiento.
- El discurso político de “soberanía nacional” que la 4T ha impulsado. Aunque necesario en muchos aspectos, también ha reavivado ciertos discursos de “ellos contra nosotros”.
¿Estamos listos para hablar en serio de estos temas?
La incomodidad que causan estos debates es enorme. Porque por un lado, no queremos ser ese país que se vuelve hostil con quien viene de fuera. Pero por otro lado, es urgente marcar límites. No todo visitante es bienvenido si no respeta el contexto. No todo extranjero “invierte” cuando desplaza comunidades. No todo “turismo” es positivo si solo beneficia a unos pocos.
México no está en venta. Ni sus playas, ni su cultura, ni su gente.
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Entonces… ¿es malo sentir nacionalismo?
No. Sentir orgullo por lo que somos, defender nuestras costumbres, exigir respeto: eso es necesario. Pero el nacionalismo debe construirse desde la dignidad, no desde el desprecio. Debe ser una celebración de lo propio, no una guerra contra lo ajeno.
Decir “no queremos que nos borren” es legítimo.
Decir “fuera todos los extranjeros” no lo es.
¿Qué sigue? ¿Un México cada vez más hostil?
Si las autoridades no regulan el turismo, si no se imponen límites claros a la gentrificación, si no se habla abiertamente del racismo estructural que hay en estos comportamientos, las tensiones van a seguir creciendo.
Y lo peor es que, como siempre, los que terminan sufriendo las consecuencias no serán los ricos que vienen a vacacionar 3 días, sino los migrantes pobres, los racializados, los que llegan buscando refugio.
México merece respeto. Pero también autocrítica.
Estamos ante una oportunidad importante: cuestionar lo que permitimos, lo que defendemos y lo que rechazamos. Ser un país hospitalario no implica ser sumiso. Pero tampoco se trata de caer en el odio fácil. Podemos y debemos exigir respeto, pero también debemos cuidar no convertirnos en lo que criticamos.
El nacionalismo no puede ser pretexto para la violencia. Y el turismo no puede seguir siendo excusa para el despojo.
México no es un parque temático para que los extranjeros se diviertan sin consecuencias. Pero tampoco debe ser un territorio donde el odio crece disfrazado de dignidad.
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