Dominique Pélicot drogaba a su esposa para que otros 51 hombres la viol4ran.

Dominique Pélicot drogó a su esposa durante años para que 51 hombres la violaran, un caso que destapa la oscura realidad de la cultura de violación en Francia.
Dominique Pelicot abuso Francia

Dominique Pélicot, el hombre detrás del caso de Gisèle Pelicot no puede describirse de otra manera que como un testimonio brutal de la opresión sistemática y la cosificación de las mujeres. No es solo la historia de una mujer drogada y violada repetidamente por su propio esposo y decenas de hombres, sino una muestra aterradora del silencio cómplice que sostiene la cultura de la violación en nuestra sociedad. Este crimen repugnante destapa los cimientos de un sistema patriarcal que deshumaniza a las mujeres y protege a los agresores.

El pacto patriarcal que protege a los agresores

El hecho de que 50 hombres de diferentes profesiones y orígenes participaran en estas atrocidades sin que ninguno levantara una denuncia es, en sí mismo, una muestra del pacto patriarcal no escrito que sigue existiendo. La complicidad entre los hombres no es un mito, es una realidad que permite que estos crímenes ocurran a puerta cerrada y a plena luz del día. No es solo el hecho de que Dominique Pelicot drogara a su esposa durante años, sino que otros hombres, enterados de la situación, decidieron aprovecharse de su vulnerabilidad.

Este tipo de delitos son la representación más clara del poder que los hombres han ejercido históricamente sobre los cuerpos de las mujeres. La cosificación de Gisèle es una muestra directa de cómo la cultura de la violación convierte a las mujeres en objetos, privándolas de su humanidad y de sus derechos más básicos. Pero este caso también nos fuerza a reflexionar sobre cómo el silencio de los hombres contribuye a que estas atrocidades continúen.

¿Por qué ningún hombre denunció a Dominique Pélicot?

El pacto patriarcal no es solo una complicidad activa entre los hombres que cometen crímenes, también incluye a aquellos que, al observar una injusticia, eligen no intervenir. En el caso de Gisèle, los 51 hombres que participaron, de alguna manera, eligieron mirar hacia otro lado. Algunos pudieron haber pensado que ella “consentía” o que “se hacía la dormida”, como si eso pudiera justificar la violencia que presenciaban. Otros simplemente lo ignoraron. Este silencio colectivo es el combustible que sigue alimentando la violencia de género en todo el mundo.

Esta ceguera colectiva del machismo es lo que hace que crímenes como este ocurran en cualquier lugar y bajo cualquier contexto. Es la misma lógica que permite que un hombre viole a su esposa, que un amigo abuse de su compañera de trabajo o que un político encubra a un violador. El silencio es el mejor aliado del patriarcado, un patriarcado que se construye sobre la sumisión de las mujeres y la impunidad de los hombres.

Un violador puede ser cualquiera

Este caso nos muestra también algo que se ha repetido en innumerables ocasiones: un violador puede ser cualquier hombre. No importa su profesión, su apariencia o su estatus social. Entre los acusados hay obreros, camioneros, periodistas, enfermeros, e incluso un guardia de prisiones. Estas ocupaciones son solo una muestra de cómo los agresores no son monstruos ajenos a nuestra realidad, sino que pueden ser el compañero de trabajo, el vecino, el amigo, o incluso el esposo.

El mito de que las violaciones son cometidas solo por desconocidos en callejones oscuros debe ser derribado. La mayoría de los casos de violencia sexual ocurren en el ámbito doméstico o por personas cercanas a la víctima. En el caso de Gisèle, la traición fue doble, ya que su propio esposo fue quien la sometió a esta serie de agresiones. El violador es, muchas veces, alguien en quien confiamos, alguien que se esconde bajo la máscara de la normalidad.

El consentimiento: ¿cuántas veces más necesitamos explicarlo?

El juicio ha abierto un debate en Francia sobre la cultura del consentimiento, lo que pone en evidencia la ignorancia y la falta de sensibilidad que aún persiste en torno a este tema. Algunos de los acusados han argumentado que pensaban que Gisèle “se hacía la dormida” o que su esposo había dado su consentimiento. Este tipo de excusas no solo son ridículas, sino peligrosas. El consentimiento no puede ser delegado, no puede ser interpretado, y mucho menos puede ser manipulado por terceros.

Es alarmante que en pleno siglo XXI todavía tengamos que explicar que una persona inconsciente no puede dar su consentimiento, y que la participación en actos sexuales sin consentimiento es violación, punto. La sumisión química, es decir, el uso de drogas para anular la voluntad de una persona y someterla a abusos, es una de las formas más atroces de violencia sexual, y sin embargo sigue siendo un tema que se minimiza en la sociedad y en los sistemas de justicia.

La impunidad sistémica: ¿cuántos casos más necesitamos?

El caso Pelicot no es una excepción, es un reflejo de cómo las mujeres son desprotegidas en todos los niveles de la sociedad. Desde la familia, donde se espera que el matrimonio sea un espacio de protección y apoyo, hasta el sistema legal, donde los procesos judiciales muchas veces revictimizan a las mujeres. Gisèle tuvo el coraje de exigir que el juicio fuera público, exponiendo no solo a su agresor, sino a todo un sistema que ha permitido que estos crímenes se perpetúen.

Los hombres que participaron en este abuso no solo deben ser castigados, sino que debemos cuestionar las estructuras que les permitieron actuar con tal impunidad. ¿Cuántas mujeres más deben sufrir para que los agresores sean realmente perseguidos por la ley? ¿Cuántos casos más necesitamos para que se tome en serio el consentimiento y la protección de las víctimas?

La cosificación de la mujer: un producto del patriarcado

El caso Pelicot expone de manera dolorosa la cosificación de las mujeres. Durante casi una década, Gisèle fue tratada como un objeto, un cuerpo sin voluntad, sometido al control de su esposo y de desconocidos. Su esposo la drogaba, la ofrecía a otros hombres y disfrutaba de sus violaciones, como si de una mercancía se tratara. Esta es la cosificación en su forma más extrema y deshumanizante.

Pero la cosificación no es exclusiva de este caso. Vivimos en una sociedad que constantemente reduce a las mujeres a su valor sexual, que las trata como cuerpos a disposición de los deseos y caprichos de los hombres. Desde los medios de comunicación hasta las relaciones personales, las mujeres son despojadas de su individualidad, de su agencia y de su dignidad. El caso de Gisèle es un reflejo extremo de una realidad que afecta a todas las mujeres, en mayor o menor medida.

La Cultura de la Violación: NO es un concepto abstracto

Hablar de “cultura de la violación” no es un concepto abstracto o exagerado. Es una realidad tangible y dolorosa. Es lo que permite que los hombres se sientan con el derecho de tomar el cuerpo de una mujer sin su consentimiento, y es lo que justifica que otros hombres miren hacia otro lado cuando esto ocurre. En este caso, decenas de hombres participaron en las violaciones de Gisèle, y ninguno hizo nada para detenerlo. Ese es el pacto patriarcal en su máxima expresión: la protección mutua entre los hombres a expensas de las mujeres.

Este pacto también se refleja en la manera en que los casos de violencia sexual son tratados en los medios y en los tribunales. Se minimizan, se cuestiona a la víctima, se busca cualquier excusa para justificar o atenuar el comportamiento del agresor. Todo esto es parte de una cultura que normaliza la violencia contra las mujeres y que perpetúa la impunidad de los violadores.

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Los “violadores en potencia”: una realidad incómoda

El reciente debate en redes sociales sobre si los hombres son “violadores en potencia” ha generado una gran controversia, pero este caso nos obliga a reflexionar sobre ello. La respuesta fácil es decir que no todos los hombres son violadores, pero ¿por qué entonces tantos hombres miran hacia otro lado cuando ocurren estos crímenes? ¿Por qué no denuncian, por qué no intervienen?

Es incómodo, pero necesario, reconocer que todos los hombres viven en una sociedad que les ha enseñado, de alguna forma, que tienen derecho sobre los cuerpos de las mujeres. Aunque no todos los hombres sean violadores, muchos de ellos han sido cómplices, directa o indirectamente, de la violencia de género, ya sea al callar, al hacer bromas o al no cuestionar comportamientos abusivos.

Este es el pacto patriarcal del que tanto se habla, el que protege a los agresores y perpetúa la violencia contra las mujeres. No es suficiente con no violar; es necesario cuestionar y desafiar las normas y actitudes que permiten que la violencia de género siga ocurriendo.

Conclusión: la lucha por el consentimiento y contra la impunidad

El caso Pelicot es una llamada de atención brutal sobre la realidad de la violencia de género y la impunidad que la rodea. No se trata solo de un crimen individual, sino de un reflejo de una sociedad que todavía no toma en serio el consentimiento y que sigue protegiendo a los agresores.

Es imperativo que este caso sirva como un punto de inflexión, no solo en Francia, sino a nivel global. Las mujeres merecen vivir en una sociedad donde su cuerpo no sea objeto de violaciones y abusos, y donde los agresores sean castigados de manera efectiva. Mientras el pacto patriarcal siga existiendo, seguiremos siendo testigos de atrocidades como las que sufrió Gisèle Pelicot. La lucha feminista debe continuar, más fuerte que nunca, para derribar este sistema que perpetúa la violencia y la desigualdad.

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