La sensualidad femenina siempre ha sido cuestionada dentro del feminismo. ¿Alguna vez te has preguntado si mostrarla te hace “menos feminista”? A mí me pasó el otro día, mientras me tomaba fotos para mis insta stories, buscando la pose que mejor resaltara mi labial rojo y el escote de mi blusa. Las dudas llegaron como un comité de críticas en mi mente: “¿Es esto demasiado?” “¿Me tomarán en serio?” “¿Quiero llamar la atención?” “¿Estoy traicionando mi feminismo al querer verme más provocadora?”.
Y entonces me detuve y me hice una pregunta aún más incómoda: ¿De verdad soy “poco feminista” si quiero mostrarme y al mismo tiempo disfrutar de verme sensual? ¿En qué momento dejamos de pensar que el placer propio y la lucha por la igualdad están enfrentados?
La sensualidad femenina como forma de protesta: La historia de las pezoneras.
Y es que hace muchos años atrás, mucho antes del 8M y las pañoletas moradas, la sensualidad ya se usaba como una forma de protesta; para comprenderlo mejor, debemos remontarnos a los años 20’s, cuando los clubes burlesque iluminaban las calles de ciudades como New York y las bailarinas se desnudaban en medio de lentejuelas y humo de cigarro.
Aunque los principales clientes de estos burlesques eran los hombres, eran ellos mismos quienes promovían la censura, siendo los funcionarios públicos y policías los que decidieron multar a todas las mujeres que presentaran un desnudo total ante el público (siendo totalmente hipócrita al ser ellos mismos quienes pagaban por ver estos desnudos).
Así que las bailarinas, luchando contra la censura, idearon una solución para poder seguir haciendo sus performances sin tener que pagar multas, un pequeño círculo de tela del mismo color de sus pezones, que al tener las luces del escenario encima, representaban la frontera entre lo prohibido y lo permitido, una ingeniosa manera de burlar la censura.
No se trataba solo de cubrirse, era un recordatorio de que podían disfrutar de sus cuerpos y jugar con los límites, apropiándose de la sensualidad como un acto de rebeldía.
¿Qué entendemos realmente por sensualidad?
Ahora bien, la palabra “sensualidad” viene del latín sensualitas, lo que significa literalmente “perteneciente a los sentidos”; en su origen, no se hablaba de sexualidad o de complacer a alguien más, si no de la capacidad de interactuar con el entorno desde los sentidos, de conocer el mundo a través de nuestro cuerpo.
Imagina, cuando te levantas en la mañana y sientes el sol sobre tu piel, cuando tomas un sorbo de tu café favorito y su olor inunda tu nariz, cuando acaricias a tu perro o cuando bailas tu canción favorita; en la antigüedad todo esto eran ejemplos de sensualidad, en esencia, un recordatorio de que estamos vivos.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la palabra se redujo exclusivamente a lo sexual. Ser una mujer sensual, se volvió sinónimo de ser provocadora y con el tabú alrededor de la sexualidad femenina, también se volvió algo para complacer a los hombres y un terreno vigilado por la moral.
¿En qué momento permitimos que disfrutar del propio cuerpo se volviera algo vigilado y regulado?
El eterno juicio a la sexualidad femenina
¿Te acuerdas de la primera vez que alguien te dijo “eso está mal” cuando intentabas explorar tu sexualidad? Quizás fue cuando perreaste en una fiesta familiar y tu tía te dijo “eso no es de señoritas” o cuando elegiste una falda corta y te dijeron “¿Qué van a decir de ti? Desde pequeñas todas nos hemos enfrentado a mensajes que asocian el disfrute y el placer con algo peligroso, sucio o incluso vergonzoso,
Y si bien, ya mencionamos que la sensualidad no necesariamente es exclusivamente sexualidad, también es cierto que están ampliamente ligadas y no podemos negar, que sistemáticamente, la sexualidad femenina está marcada por un control y contradicción constante.
Mientras a los hombres se les aplaude la libertad y el placer, a nosotras se nos recuerda el contenernos, se nos enseña que si los agradamos a ellos somos buenas mujeres, mientras que, si nosotras disfrutamos, somos menos serias, menos dignas.
Y aunque hoy hablamos de feminismo, de empoderamiento, y libertad sexual, la pregunta sigue flotando en el aire: ¿Podemos ser sensuales sin que nuestra voz pierda fuerza?
Cuando nos miramos a través de los ojos masculinos
¿Alguna vez te has sorprendido pensando si lo que llevas puesto es “demasiado”? No porque no te guste, si no por temor a cómo lo verán los demás, qué dirán o peor aún, si te hará víctima de acoso.
Y este problema social y sistemático, es resultado de la gran trampa del male gaze, mirar nuestro propio cuerpo con los ojos de afuera, con el filtro de una sociedad que durante siglos nos enseñó que nuestro cuerpo no es para nosotras, si no para agradar a los demás.
Como bien lo planteaba la cineasta y teórica Laura Mulvey, los medios que nos rodean, como el cine y la publicidad, construyen una óptica que hace que las mujeres sean vistas desde una mirada masculina, lo que la mayoría del tiempo es igual a machista.
El problema surge cuando adoptamos esa óptica como propia ¿Realmente me gusta a mí este outfit, esta pose, esta foto? O ¿Me gusta porque sé que les gustará a otros?
La sensualidad como forma de autocuidado
¿Alguna vez te has arreglado solo para ti? Ese vestido que quizás aún no te atreves a usar fuera, ese perfume que te encanta o ese maquillaje que viste en TikTok y solo te hiciste para tomarte fotos en tu cuarto con ese playlist que te hace sentir diva y no compartes con nadie más.
Ahí entendí que la sensualidad también puede ser una forma de autocuidado, ese recordatorio intimo y personal de que “yo también merezco sentirme bien conmigo misma antes que con nadie más”.
Quizás esa sea la clave para identificar cuando estoy disfrutando por mi misma y no para complacer a la óptica machista, esos pequeños rituales que no buscan aprobación, sino conexión conmigo misma.
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Y quizás, el feminismo nunca estuvo peleado con la sensualidad, sino con la costumbre de entregársela al juicio externo. Cuando ejercemos nuestra sensualidad desde el autocuidado, descubrimos que no se trata de atraer miradas, si no de sostener la nuestra al espejo y amar lo que vemos, tal vez poco a poco, pero en ese simple gesto, se encuentra el verdadero poder.
El poder de ser sensual
Así que me di cuenta de que la sensualidad no se trata de minifaldas o tacones de plataforma, sí, ellos pueden ser medios, pero lo principal es la manera en la que habito mi cuerpo y me regalo placer desde lo cotidiano; la sensualidad no es un disfraz, sino un lenguaje con el que nos comunicamos con el mundo, que empieza en los sentidos y en la libertad de ser auténtica.
Porque sí, puedes ser feminista y al mismo tiempo disfrutar de tu cuerpo y si eso significa levantar la voz en las calles, pero también bailar en calzones frente al espejo, mientras no dañes a nadie, ni a ti misma, lo importante no es lo que miren los otros, sino lo que decides mirar de ti misma.
Al final, la verdadera revolución, está en atrevernos a habitar nuestro cuerpo sin culpa, entonces la pregunta cambia: ¿Y si ser sensual es también una forma de resistencia?
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