Fátima, estudiante de secundaria arrojada de un segundo piso por ser fan del K-pop

La impunidad protege a las agresoras de Fátima: Sus compañeras la empujaron desde un tercer piso y siguen libres. La escuela las encubre.
Justicia Para Fátima Kpop

En México, la violencia escolar ha sido sistemáticamente ignorada hasta que el daño es irreversible. Hasta que una familia se queda sin su hija. Hasta que los medios lo hacen tendencia. Hasta que la indignación explota y las autoridades se ven forzadas a reaccionar, aunque sea con discursos vacíos.

El caso de Fátima Zavala, de apenas 13 años, es un ejemplo atroz de esta indiferencia. No es un caso aislado. No es “mala suerte”. Es el resultado de un sistema educativo podrido que no protege a sus estudiantes, de una sociedad que minimiza el bullying y de una estructura patriarcal que nos ha hecho creer que la violencia solo tiene rostro masculino.

Pero esta vez fueron niñas…

El ataque que casi le cuesta la vida

El 14 de febrero de 2024, Día del Amor y la Amistad, Fátima fue arrojada desde el tercer piso de su secundaria en la alcaldía Iztapalapa, Ciudad de México. Su crimen: ser fan del K-pop, tener gustos diferentes, no encajar en los parámetros que sus agresoras consideraban aceptables.

Fátima había denunciado el acoso. Lo había contado en casa. Su padre, Juan Zavala, buscó ayuda en la escuela. No una, sino varias veces. Su madre también intentó intervenir. El director de la Secundaria Diurna No. 236 lo sabía. Las trabajadoras sociales lo sabían. Los maestros lo sabían.

Pero nadie hizo nada.

A pesar de las pruebas de acoso y ciberbullying, a pesar de los testimonios de la familia, la escuela dejó que las agresoras de Fátima siguieran atacándola. Hasta que, un día, esas agresiones se convirtieron en intento de feminicidio.

Testigos afirman que una de sus compañeras, una niña de su misma edad, la empujó intencionalmente desde el tercer piso. No fue un accidente. No fue una broma que salió mal. Fue un acto de violencia extrema que casi le cuesta la vida.

El resultado: fracturas graves, hemorragias internas, múltiples transfusiones de sangre y una familia destrozada.

Y la respuesta de la escuela fue la misma de siempre: silencio y abandono.

Las niñas también son agresoras

Es incómodo hablar de esto, porque nos han enseñado que la violencia es cosa de hombres. Que las niñas no golpean, no matan, no humillan. Nos han dicho que entre mujeres nos protegemos, que existe una “sororidad natural” que nos hace incapaces de lastimarnos.

Pero la realidad es otra.

Las mujeres también ejercen violencia. La crueldad entre niñas y adolescentes es real. El acoso escolar no distingue género. Y cuando las agresoras son niñas, la sociedad prefiere ignorarlo o disfrazarlo de “chismes”, “pleitos entre amigas” o “problemas de autoestima”.

No. No es un chisme. No es un malentendido. Es violencia en su forma más pura.

Fátima no es la única. Miles de niñas en México y el mundo han sido víctimas de acoso escolar por parte de otras niñas. Pero no hablamos de ello porque nos incomoda admitirlo. Porque nos educaron para pensar que las mujeres no pueden ser violentas entre sí.

Pero todas conocemos a alguien que fue víctima de otras mujeres en la secundaria. O nosotras mismas lo fuimos.

Y duele admitirlo.

El K-pop como excusa para la intolerancia

El acoso contra Fátima tenía un motivo claro: ser fan del K-pop.

A estas alturas, el K-pop no necesita presentación. Es una industria gigantesca con millones de seguidores en el mundo. Pero, como todo lo que sale de la norma occidental, ha sido objeto de burlas, desprecio y odio.

Los fans del K-pop han sido ridiculizados durante años. Se les llama “intensos”, “obsesionados”, “raros”. Se les infantiliza, se les acusa de seguir una moda sin sentido. Pero lo que muchos no ven es que, para muchas personas jóvenes, el K-pop es una comunidad, un refugio. Es un espacio donde se sienten aceptadas.

Fátima encontró en el K-pop una identidad, y por eso la atacaron.

La violencia que sufrió no es solo un reflejo del bullying escolar, sino de una sociedad profundamente intolerante. En un país donde la discriminación sigue siendo moneda corriente, cualquier diferencia se convierte en motivo de odio.

Ser fan del K-pop. Ser diferente. No encajar. Eso bastó para que Fátima fuera empujada al vacío.

La escuela, cómplice del crimen

El director de la secundaria 236 no puede fingir sorpresa. Sabía lo que pasaba y no hizo nada.

Cuando los padres de Fátima denunciaron el acoso, la respuesta fue la burocracia de siempre: que vayan con el subdirector, que hablen con las trabajadoras sociales, que “verán qué pueden hacer”. Pero no hicieron nada.

¿Dónde estaban los protocolos contra el bullying? ¿Dónde estaba la vigilancia? ¿Por qué una niña pudo ser atacada de esa manera sin que nadie interviniera?

Lo peor de todo es que, después del intento de feminicidio, la escuela se deslindó completamente del caso. No ofrecieron apoyo a la familia. No se hicieron responsables. Ni siquiera llamaron a una ambulancia.

Para ellos, Fátima fue solo otro caso más.

La impunidad: la otra gran violencia

Las agresoras de Fátima siguen en la escuela. Siguen con sus vidas. Mientras ella lucha por recuperarse, las niñas que la empujaron no enfrentan consecuencias reales.

¿Por qué?

Porque la violencia escolar en México no se castiga. Porque cuando los agresores son menores de edad, el sistema los protege más que a sus víctimas. Porque las niñas agresoras son vistas como “inofensivas” y nadie quiere asumir que también pueden ser responsables de crímenes graves.

En México, el bullying se minimiza hasta que hay sangre. Pero incluso entonces, la impunidad reina.

Y mientras tanto, Fátima sigue en el hospital, con una vida destrozada.

#JusticiaParaFátima: un grito de rabia y exigencia

Fátima podría ser cualquiera de nosotras. Podría ser nuestra hermana, nuestra hija, nuestra amiga. Su caso nos sacude porque sabemos que pudo haber sido cualquiera.

No podemos dejar que esto quede en el olvido. No podemos permitir que la negligencia de la escuela quede impune. No podemos seguir ignorando la violencia entre mujeres.

Porque la violencia no es cosa de género. Es cosa de poder.

Y hasta que no enfrentemos la verdad incómoda, hasta que no exijamos consecuencias, seguirán cayendo más Fátimas.

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